Mis ojos se abrieron al darme la luz en los mismos, aquella
luz que estaba atravesando los cristales de la ventana: era hora de levantarse
y ponerse a estudiar para la Selectividad. Pero había algo que me
desconcentraba muchísimo, y era el mismo hecho de pensar que al otro lado de la
pared se encontraba mi “archienemigo” , un rival con unos ojazos que quitaban
el hipo, pero si, seguía siendo mi némesis después de todo. Aunque todos estos
pensamientos se quedasen en mi cabeza y no salieran a la luz, claro.
Cuando me levanté de la cama, observé el cuarto de mi
hermana y vi que su cama ya estaba vacía, por lo que se habría ido por ahí a
dar vueltas por el centro o ir de compras. Cosas de chicas, vamos. Caminando
por la casa con un calor “del quince”, yo, en mis culotes y camisa de tiras, me
dirigía a la cocina a beberme un batido de vainilla o me deshidrataría en
cuestión de minutos.
¡Por dios! ¿Cómo podía hacer tanto calor de un día para
otro?
La cuestión general en mi cabeza era: ¿cómo vas a estudiar, pequeña
saltamontes, con esta maldita calor y además, teniendo cierto bromista viviendo
al lado tuya? Buena pregunta, sí señor. Porque aunque no lo pareciera, me desconcentraba más de lo que creía.
Bebiéndome el batido por el camino, me fui al cuarto de baño
a peinarme un poco, porque tenía unos pelos que ni la niña del Exorcista. Solo
me faltaba darle vueltas a la cabeza y escupir el batido en el cristal. Oh,
vale, me empecé a reír con ese pensamiento, pero mucho más al verme en el
espejo bien, enfocando bien. Uh, a peinarse cuanto antes porque sino cualquiera
que me viera diría que había pasado una “noche loca” en vez de acostarme a las
tantas intentando estudiar. Eso he dicho, “intentando”. Porque no pegué ojo en
toda la noche.
Cogí entonces el peine para, claramente, peinarme. ¿Qué iba
a hacer sino con un peine? Pues lo dicho, me disponía a peinarme con la cañita
del batido en la boca cuando el timbre de la puerta sonó. Seguro que era mi
hermana que se le olvidó las llaves antes de irse, eso o era la maldita
publicidad dándote panfletos para que los leyeses delante de ellos, pero que ,
una vez cierras la puerta, lo tiras a la basura. En fin, me fui a la puerta y
cuando la abrí no me encontré absolutamente nada. Algún gracioso de turno.
Cerré la puerta y en ese preciso momento volvieron a llamar. La abrí como si mi
vida dependiera de ello, pero mi sorpresa fue que me encontré al italiano
gilipollas en la puerta, mirándome sorprendido por las pintas que llevaba. Sin
olvidarnos de los pelos.
-¿Desde por la mañana tan gracioso?.-Le dije con toda la “simpatía”
del mundo, arqueando una ceja, aún con el peine en la mano.
-No me conoces bien todavía, principessa. Por cierto, vas…molto
bien ¿eh? Si sigues abriendo la puerta a la gente con esas pintas seguro que
cazas de novio a alguien. Por ejemplo, Frankestein.-Se estaba riendo en mi
cara, así de simple y por eso, fruncí el ceño más, para dibujar en mi rostro
una sonrisa maligna.
-O te largas a tu casa o te comes el peine.-Decía de forma
amenazadora.
-No puedo, como entre ahora en la casa mi compañero seguro
que me va a matar…-Y en ese preciso momento se escuchó un grito desde la casa
del mismo. Pegué un brinco bastante considerable. El ruido después tenía
nombre. Alguien gritaba el nombre del chico que estaba delante de mí con
bastante…furia.
-¡¡¡¡ALESSANDRO!!!!.-El italiano empezó a reírse y antes de
que se abriera la puerta de su propia casa, se metió en mi casa y se escondió
detrás de la puerta, quedándome yo fuera, en el pasillo con esas pintas y
encontrándome al compañero del rubio gracioso saliendo de su casa con la cara
toda llena de…¿harina? Espera, mejor, harina con agua. ¡Dios, qué asco!
-¡¿Dónde está ese cabrón?! ¡Lo mato, lo mato! Todas las
mañanas me hace alguna broma, no me fío ni un pelo y creyendo que cambiaría
viniendo aquí estaría más tranquilo. ¡Pero ese cabrón no cambia!.-Miraba
sorprendida al chico moreno de ojos verdes que tenía delante, seguramente sería
Andreas, el compañero de piso de Alessandro. Pues si que era un bicho bueno el
italiano…bromas hasta a sus compañeros de piso.-Por cierto, no me he
presentado, soy Andreas, encantado.-Comentaba el chico extendiéndome la mano,
pero sin poder sonreír mucho por la pasta asquerosa que tenía en la cara. Vaya
encuentro, una servidora vestida como la niña del Exorcista después de una
fiesta y la masa de bizcocho delante de la misma. Y el muy cabrón riéndose tras
la puerta, aguantándose la risa con la mano y pidiéndome que no dijera nada la
veces que miraba de reojo.
-Yo soy Zoe, tu vecina.-Decía riéndome después. Los ojos de
aquel chico se vieron sorprendidos a pesar de la masa de la cara.
-Oh, entonces eres tú la chica con la que tonteaba por
Twitter.-Espera, ¿cómo que tontear?.-Bueno, pues tranquila que te espera una
buena con ese cabroncete viviendo aquí. Me voy ya a limpiarme esto, cuando ese
venga lo voy a matar. Adiós, Zoe.-Decía sonriendo y metiéndose en su casa. ¡Qué
cara tenía! Enseguida miraría a Aless una vez cerrase la puerta.
-Si, lo sé, soy un cabrón. Pero el no aprende.-Murmuró riéndose.-¡No
sé cómo se pudo creer que no le gastaría bromas aquí!.-Yo arqueaba una ceja y
le terminé tirando de la oreja.
-¿No te da pena? Enserio…¿todas las mañanas?.-Sorprendida le
cuestionaba aquello.
-¡Ay! Si, todas, sin olvidar ninguna. Pero esa ha sido la más
fuerte desde que he venido a vivir aquí.-Me quedé sorprendida, con la boca un
poco abierta, soltándole la oreja.
-Pero si te quedaste a dormir anoche por primera vez.-Cuando
dije aquello empezó a reírse más. No sé por qué, pero me gustaba verlo reír, me
era agradable ver a una persona tan llena de energía, aunque se tratase de un
cabrón en potencia.
-Muy perspicaz, principessa. Por eso lo digo.-Riéndose se
acercó a mi rostro y me miró directamente a los ojos.-Y procura que no te las
haga a ti también.-Encima me amenazaba…mira chico, una cosa eran los madriles y
otra Andalucía. Subí el peine y lo pegué a su mejilla.
-Yo que tú me lo pensaría, por tu propia seguridad,
rubito.-Decía sonriendo inocentemente, para después sonreír como si no hubiera
roto un plato. Éste empezó a reír a la vez que abría la puerta para marcharse.
-Uuuuh, y yo que creía que las principessas eran dulces y
encantadoras, no que amenazaban a sus principi azules. Pero, ¿sabes qué?.-Se
acercó a mi mejilla y me plantó un beso.-Me siguen gustando igualmente, o
incluso más, las chicas con carácter.-Mi cara era un poema, porque estaba
totalmente roja. El italiano se hartaba de reír mientras atravesaba el
umbral.-¡Nos vemos, novia de Frankestein!.-Decía despidiéndose con la mano a la
vez que cerré la puerta con fuerza. ¿Qué demonios se creía ese italiano de
mierda que era? ¿Llegar aquí y dominarlo todo? Pues se equivocaba. ¡Ahhh! Me
sacaba de mis casillas.
Cuando me disponía a irme a la cocina, desde donde se
escuchaba la canción de Rihanna que tanto me gustaba, oí otro grito desde
fuera. ¿Otra broma? Seguro que Andreas había pillado a Aless y le estaba
echando la bronca. Me acerqué a la mirilla riéndome por lo bajo, pero mi sorpresa no fue
agradable, fue tanto que mi cara cambió totalmente.
Una rubia abrazaba a Alessandro con gran posesión y él
estaba allí algo sorprendido con los brazos extendidos, pero no correspondiendo
el abrazo.
¿Quién coño era esa?
El rostro del italiano había cambiado
totalmente, no tenía la sonrisa ni el brillo en los ojos. Estaba serio
totalmente…
Pero sobre todo una cuestión...
¿Quién era esa chica para Aless?
¿Quién era esa chica para Aless?
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